
Una estrella vaga sin rumbo sobre la tierra, observando a los hombres y sus hazañas. A veces sentía compasión de esos torpes inmortales y les concedía un deseo. De entre todos los hombres, tuvo una vez como favorita una niña de ojos como perlas y sonrisa amapola. Fue una noche agitada aquella, cuando la vio por primera vez. Ella lloraba lagrimitas de cristal que le arañaban la delicada piel de su rostro. Ese era el precio de sus ojos, en el fondo, de su belleza, pues todo en aquel mundo de hombres tenía puesto ya su precio. Y se le apareció la estrella, conmovida, para concederle un deseo a la niña de mirada infinita. Y la niñita vio a la estrella, la contempló largo tiempo, pero ningún deseo escapó de sus labios, ni de su frente, ni de sus sueños. Se quebró en mil pedazos cual espejo triturado. Un trocito de ella se le clavó a la estrella y desde entonces ya no brilla tanto. Aunque sigue observando a los hombres y sus actos, concediéndoles deseos pero sin dejar que sea observada mucho tiempo, fugaz ante los ojos de los hombres cual niña desafortunada. Porque ahora no es la compasión la que le mueve, sino la avaricia de encontrar y recomponer los trocitos de aquel ángel mutilado.
1 comentarios:
¡Qué bonita historia!!!
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