Invasión turística

Las calles triplican su actividad. Todo de se llena de vida… y de un ruido espantoso. Salgo por la noche a dar una vuelta tranquila por el paseo, y solo consigo escuchar la música de los coches que ponen reguetón (o como se escriba) a todo volumen con las ventanas abiertas. Quedo con mi amiga para salir a patinar por la tarde, y nuestro paseo se convierte en un video juego de esquivar obstáculos (en este caso los obstáculos son las propias personas que lo inundan). Voy a tomarme un heladito y tengo que soportar una cola de 15 minutos. Cuando voy a pagar veo que curiosamente el helado me cuesta el doble que hace un mes. Las calles se vuelven más sucias. La tranquila ciudad se vuelve infierno.
Por eso me hace gracia cuando me preguntan asustados: Marta, ¿Por qué no sales? Cuando lo más lógico es que yo les preguntara alarmada a ellos: Chicos, ¿Por qué salís?
¿Para ensuciar más las calles? ¿Para llenar todo de ruido? ¿Para contaminar más y acelerar la destrucción del mundo? ¿Para emborracharos hasta olvidaros de lo asquerosos que somos?
Mejor quedémonos todos en casa. Pongámonos tapones en los oídos. Tapémonos los ojos. Aislémonos del mundo. Y salgamos cuando haga tanto frío que nadie se atreva a turbar la tranquilidad de una ciudad congelada.
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