Hasta siempre

por Marta Álvarez Martín

Licenciada en Periodismo. Estudiante de Investigación Social aplicada al Medio Ambiente. Escritora. Nací un verano caluroso en Cádiz, hace unos años. Vivo en Sevilla y estuve vivendo un año en Italia. Y lo que más me gusta de este mundo, además de su belleza natural, son los libros.


Una estrella vaga sin rumbo sobre la tierra, observando a los hombres y sus hazañas. A veces sentía compasión de esos torpes inmortales y les concedía un deseo. De entre todos los hombres, tuvo una vez como favorita una niña de ojos como perlas y sonrisa amapola. Fue una noche agitada aquella, cuando la vio por primera vez. Ella lloraba lagrimitas de cristal que le arañaban la delicada piel de su rostro. Ese era el precio de sus ojos, en el fondo, de su belleza, pues todo en aquel mundo de hombres tenía puesto ya su precio. Y se le apareció la estrella, conmovida, para concederle un deseo a la niña de mirada infinita. Y la niñita vio a la estrella, la contempló largo tiempo, pero ningún deseo escapó de sus labios, ni de su frente, ni de sus sueños. Se quebró en mil pedazos cual espejo triturado. Un trocito de ella se le clavó a la estrella y desde entonces ya no brilla tanto. Aunque sigue observando a los hombres y sus actos, concediéndoles deseos pero sin dejar que sea observada mucho tiempo, fugaz ante los ojos de los hombres cual niña desafortunada. Porque ahora no es la compasión la que le mueve, sino la avaricia de encontrar y recomponer los trocitos de aquel ángel mutilado.
Al anochecer no importa, si doblo la esquina y no miro a los lados, hoy la suerte me acompaña. Puedo vagar a mi antojo, escribir lo que quiera, desear y sentir e ilusionarme. Hoy puedo ser feliz y atreverme a soñar y anhelar. Porque sé que todo acabará en una sonrisa, si la suerte me acompaña. A nada tengo miedo, ni al dolor, ni al sufrimiento ni a la propia vida, se que no moriré porque la suerte me acompaña. Ilusionada en un segundo si desborda mi alegría, si mis llagas ya no escuecen y se escurren como el agua que asoma tímidamente por mis mejillas. Puedo saludarlas con una risa, ya que la suerte me acompaña. Ni soledad, ni frío, ni noches enteras vacías. Ella me acompaña, ella por mi recita, por mi respira si mis pulmones la necesitan, bombea mi sangre y calma mi retina: la suerte me acompaña bajo la forma de un trébol de cuatro hojas.

