Escritos desde mi celda

por Marta Álvarez Martín

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Lugar: Cádiz, Cádiz, Spain

Licenciada en Periodismo. Estudiante de Investigación Social aplicada al Medio Ambiente. Escritora. Nací un verano caluroso en Cádiz, hace unos años. Vivo en Sevilla y estuve vivendo un año en Italia. Y lo que más me gusta de este mundo, además de su belleza natural, son los libros.

sábado, noviembre 25, 2006

El muchacho del tren

Como cada viernes, al sentarme en el tren, lo primero que hice fue abrir un libro y perderme entre sus páginas durante dos horas. O al menos intentarlo. Este viernes fue distinto.
Tomé asiento, me puse cómoda y abrí sus secretos. Pero noté que alguien me observaba, escondido detrás de otro libro, quizás pensando en mí como yo ahora pensaba en él. Él pasaba una página y, disimuladamente, me miraba. Yo lo miraba de reojo y ahora no podía adentrarme en aquella historia escrita en papel. Estaba viviendo mi propia historia, en aquel tren, y mis pensamientos ahora solo se dirigían hacia aquel tímido muchacho que me observaba al pasar de cada página. Lo primero que pensé fue: Cuando llegue a casa le dedicaré uno de mis textos, uno que jamás llegue a leer y se pierda, y se quede disuelto entre las vías del tren… Un texto del nunca sabrá que fue protagonista.
Por un momento cerré el libro y di la batalla como perdida, efectivamente este viernes sería distinto. Miro tras la ventana y veo un paisaje semidesértico, vacío y desolado, lleno de tristeza. Campos de cultivo. Donde las tierras siempre toman las mismas formas, donde todo sigue un orden, donde nada sobresale a ras del suelo fértil y solitario. Solo un par de pájaros disfrutan de su extraña belleza junto con mis ojos perdidos en el horizonte de la tierra amarilla y tremendamente llana. ¿Cómo serán esas tierras dentro de muchos, muchos años? ¿Cuántas personas las habrán pisado alguna vez? ¿Cuántas historias, cuántas almas, cuánta vida estará esparcida por ella? Probablemente antes, esas tierras estaban llenas de diversidad, de colores y de movimiento. Ahora me recordaban a un libro que ha perdido todas sus hojas.
Me vuelve a mirar y le devuelvo la mirada sin que lo note. ¿Dónde se bajará? ¿Cómo será él? ¿Qué libro estará leyendo? ¿Se estará haciendo las mismas preguntas sobre mí? Quizás sea un alma tan inquieta que no le quede más remedio que callar y ver el pasar de las personas, sin atreverse a hacerles todas las preguntas que rondan por su mente. Porque quizás sea una mente tan llena de vida y apasionada, que solo sus sueños pueden satisfacer sus necesidades de viajar y de salir de la rutina que el pasar de los días le va imponiendo. O quizás tenga tanto miedo a la simplicidad de las cosas que solo la duda le mantiene en vilo y su silencio, al bajar del tren y seguir su camino cultivado, ordenado, tranquilo y solitario, sea el único capaz de mantener vivas todas sus esperanzas. Y entre sus esperanzas, la de ser protagonista de un texto que, quizás, nunca tendrá oportunidad de leer.

domingo, noviembre 12, 2006

Frases y párrafos. Y letras que nacen en soledad.




Hay días difíciles y días fáciles. Y hay días sin días.

Esbozo paz en mi interior por sentirme enamorada del mundo, ese mundo que aún no han visto mis ojos, pero que puedo presentir en el fondo de esta loca mente. Porque sigo aquí, como cada noche. Y mis pensamientos me siguen acompañando en el sendero del destierro.

Hoy hablo de sueños y también de ilusiones. Y de laberintos en los que por momentos no ves la salida.

Se trata siempre de plenitud. Ver el amanecer desde mi ventana o verlo sentada en la playa, sintiendo el agua bajo mis pies. Verlo desde la ceguedad del alcohol y acordarme de él en una discoteca, al son de una música que ni siquiera me gusta. O pensar en ese amor que tan lejos se encuentra y que quizás nunca sea mío.

Hay elecciones que te atrapan y hechos que las producen. Y lágrimas para lamentar los errores que nunca podrán ser borrados del todo.

Ahora duerme una persona que vive sin saberlo, aunque la vida le dió una segunda oportunidad. Tiene que ser duro morir dos veces… y grato tener dos vidas. Otra persona muere pero no la conozco, para mi no habrá nacido nunca. Le dedico la frase que le hubiera gustado leer algún día.

¿De qué hablo en este texto? De mentiras y verdades. Y de poesías que nunca llegarán a ser escritas.

jueves, noviembre 02, 2006

El bar "Los Trece"

Aquella chica del bar Los Trece estaba confusa y cansada. El tiempo la estaba transformando sutilmente con cada acontecimiento que veía florecer por esos ojos adormilados y soñadores. Todo era distinto y duraba menos. Cada vez iba perdiendo más paciencia y ganando más sensibilidad.
Aquella chica, la que una vez inundó el bar Los Trece con sus lágrimas y furia, maldecía su destino. Su puñetera vida. Y le escupía, le gritaba, le gemía y caía rendida a sus pies, maldita vida que le hacía pasar esos malos tragos.
Aquella chica, la que una vez la suerte la trajo hasta el bar Los Trece, caminaba dando tumbos. E iba perdiendo el sabor de las cosas. Pasaba las horas tumbada en aquel incomodo sofá, con la tele delante y el pensamiento perdido. Sin hablar. Sin levantarse.
Aunque a veces, aquella soñadora que visitó el bar Los Trece, lloraba sin que nadie pudiera verla. Porque juró que nadie más vería una sola lágrima suya. Y se encerraba en su habitación y de su cara caían lágrimas transparentes que solo ella podía ver y sentir. Su corazón protestaba y ella aguardaba y disimulaba e incluso sonreía a los hombres que se atrevían a fijarse en su delicada figura.
El bar Los Trece era un bar como otro cualquiera. Situado en un barrio pequeño y con clientela escasa pero frecuente: trece hombres con trece vidas diferentes y un vicio en común, la bebida. El bar era su refugio ante los conflictos cotidianos que la vida presentaba cada mañana en sus puertas. Más de treinta bocas que alimentar, diez esposas a las que satisfacer, tres mujeres a las que encontrar, e incontables dilemas, morales y materiales, que resolver. Con tan solo veintiséis manos y trece cerebros. Y ahí estaba él, infante alcohol, ofreciéndoles siempre una salida segura. Un camarero vestido de blanco hacía de cura y verdugo, porque a su manera, infante alcohol también solucionaba sus problemas económicos.
Pero apareció ella, la chica de sentimientos amargos y odio profundo. Y lloró delante de ellos y les miró con desprecio y descargo antes sus ojos rojizos toda su rabia. Insultó a infante alcohol y a sus trece discípulos, porque el número quince le había arruinado el resto de la vida que le quedaba. Y a pleno pulmón sacó fuerzas para decir sus últimas palabras sinceras, que aún en catorce mentes grabadas están:
¡Egoístas! Me habéis matado entre todos, y que importa si sois trece, catorce o quince o veintiséis si hacéis lo mismo. Dichoso camarero que ni es verdugo ni confesor sino una mera estatua de pura piedra, como el resto. Porque en vosotros está el mal de este mundo y, por supuesto, mi mal. Os llamo para que veáis caer la última lágrima que os regalo y que inicia el principio de mi larga muerte, esta que ahora derramo después de mezclar mi llanto con vuestro alcohol.